Ayer al salir de trabajar decidí caminar hasta Plaza de España por Gran
Vía. El sol brillaba el sol y el ambiente era cálido. A mí alrededor, cientos
de transeúntes charlaban y cruzaban de un lado a otro de la carretera y me
percaté de algo: más de la mitad iban mirando el teléfono móvil. Cruzaban la
carretera casi de forma instintiva sin despegar la vista de las pantallas de
sus Smartphones. No se chocaban los unos con otros, me resultó extraordinario.
Sin embargo, algo tenía que fallar. Al llegar a la boca del Metro observé a una
mujer que, al igual que yo, bajaba las escaleras. Al principio me pareció que
iba sola, absorbida totalmente por lo que fuese leyendo en su teléfono, unos
pasos más adelante vi que le acompañaba un niño, de unos seis o siete años. El
crío iba reclamando la atención de su madre, pasaron los tornos del Metro y se
pusieron a bajar las escaleras mecánicas. Desde el comienzo de éstas pude
observar cómo el niño empezó a saltar de un escalón a otro, uno arriba, uno
abajo hasta caer rodando a pocos metros del final. La reacción de la madre fue
increíble: “¿¡Qué haces!? Si es que no se te puede dejar solo ni un segundo,
¡Ya te has hecho daño! Si fueras con cuidado no te habrías caído”. Entonces, me
di cuenta de que el mundo sufría una enfermedad: las redes sociales.
Actualmente todos tenemos un Smartphone, un teléfono capaz de llamar,
mandar SMS (aunque ya nadie lo haga), con conexión a Internet, que saca
fotografías y que te mantiene conectado con el resto del mundo. Da igual el
lugar o el momento, hoy todo el mundo
está más pendiente de las redes sociales que de la vida en sí. Existe una
dependencia real por la tecnología, y aumentan las personas que viven de ella.
Los llamados youtubers, los influencers son algunos ejemplos de
personas cuyas vidas, sin las redes sociales, no serían nada.
Claro está que la sociedad ha
evolucionado entorno a las redes sociales y lo que éstas nos aportan, pero,
pocos se dan cuenta de los peligros a los que nos exponemos cuando utilizamos
las redes a diario. Hay diferentes usos
que hacemos de las redes sociales: consultar la actualidad, contactar con
personas a las que tenemos pocas oportunidades de ver en el día a día… Digamos
que este es el uso positivo que se
les da a las redes sociales, sin embargo, hay un lado oscuro: personas que lo comparten
todo (qué desayunan, dónde han estado, con quién han estado, qué planes han
hecho, etc.), personas que utilizan las redes sociales como si fuese un
diario. Este tipo de uso crea adicción, existiendo ya personas, sobre todo
jóvenes, que no saben pasar un día sin consultar Facebook, Twitter o Instagram.
Buscando lo positivo, consiguiendo lo negativo
El experto en la materia, Gustavo Entrala, cofundador y CEO de la
Agencia 101 (especializada en tecnologías) en
un artículo del ABC enumeraba las principales razones por las que las redes
sociales enganchan tanto: la facilidad
de entrar en contacto con otras personas, que va ligado a la satisfacción
de que te siga mucha gente; la proyección
positiva en lo que se publica, ya que en Facebook por ejemplo, las personas cuelgan sus momentos felices
(una cena en un restaurante de moda, de fiesta con los amigos, celebrando un
cumpleaños en familia…), por lo general, una realidad sesgada de nuestra propia
vida; como ya he dicho, la gratificación
casi inmediata de recibir una respuesta a lo que se escribe que implica
estímulos positivos y que va ligado al reconocimiento
personal, ya que el ser humano, por naturaleza, anhela sentirse querido.
Estos motivos tienen gran peso en
las personas y vuelven a las redes sociales un elemento imprescindible en la
vida diaria. Sin embargo, un mal uso de
las redes sociales y una dependencia de estos “estímulos positivos” pueden
convertirse en algo en nuestra contra. Tal y como se explica en un artículo en Qué
“abusar de estar herramientas o hacer un
mal uso de ellas puede generarnos innumerables problemas. Por ejemplo, pueden
hacernos perder la atención y descuidar otras tareas más importantes”.
En el mismo artículo, la psicóloga Begoña Carbelo explica
cómo estar conectados todo el tiempo “provoca
inquietud, falta de concentración y alteraciones del ánimo”. Es decir,
perdemos nuestra capacidad de sociabilizar con otras personas cara a cara,
perdemos la capacidad de relacionarnos. Además, la Carbelo también explica que
se puede terminar sufriendo estados de ansiedad y estrés.
¿Hasta dónde vamos a llegar?
Ya hay mucha gente que piensa que
acabaremos en nuestras habitaciones
pegados a la pantalla del ordenador, el móvil o la Tablet y que sólo nos
relacionaremos así. Películas y series que predicen finales trágicos: como en los que acabamos utilizando avatares
robóticos en vez de nuestros cuerpos viejos y arrugados, o peor aún, que
acabemos en un apocalipsis asesinados por las máquinas que nosotros mismos
hemos creado.
Sin embargo, sobre redes sociales
no se ha hablado tanto. En la tercera temporada de la serie Black Mirror (el algunos capítulos, pero
especialmente en el primero), las redes
sociales toman una importancia fundamental en la vida de las personas. El
estatus social se basa en likes que
recibes de las personas que conoces y con las que te cruzas por la calle. En
una sociedad futurista, el episodio es capaz de reflejar cómo la gente vive
para mostrar en redes sociales lo mejor de sí mismo (aunque sea falso) para
llegar más alto. Una sociedad donde si tienes más de un millón de “Me gusta” optas a tener una casa mejor,
o a un crédito, o a asistir a ciertos eventos.
Para mí, es el capítulo que más
se acerca a mi lúgubre visión de futuro, y siempre que lo recuerdo me pregunto ¿de verdad podríamos terminar así?
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