¿Dónde han quedado aquellos niños
que crecieron a la vez que Bugs Bunny, El
Pato Lucas, Silvestre y Piolín, El Coyote y el Correcaminos? ¿Qué ha sido
de los pequeños inocentes que se mantenían frente al televisor, expectantes de
ver a Heidi o Marco en una época donde la comba y las chapas eran la sensación?
Barrio Sésamo, The Muppets y Mickey
Mouse, son sólo algunos de los ejemplos de aquellos dibujos que entonces
educaban a los niños de familias de todo el mundo. Eran dibujos que infundían
valores, pequeños sketches con una moraleja que en algún momento de la infancia
recordarías para saber diferenciar el bien y el mal. Todos sabemos que El Coyote y Silvestre son los malos, porque quieren comerse al Correcaminos y a Piolín, y a la vez todos aprendimos que los coyotes son
depredadores, y que los correcaminos están entre los animales más rápidos del
mundo; por ejemplo.
Los dibujos animados, las series
infantiles, las marionetas eran una forma más de educación, con la televisión
aprendías cosas, a la vez que te divertías, éramos niños, los documentales eran
demasiado lentos para nuestro ritmo. Hoy el ritmo es aún más rápido, y las
animaciones también lo son.
Mientras que en el 87 aprendíamos
la anatomía humana con Érase una vez elcuerpo humano, hoy dejamos a nuestros hijos en manos de Peppa Pig o La Patrulla Canina. ¿Qué valores se infunden hoy a través de los
dibujos animados? ¿Os habéis detenido sólo un minuto para ver qué es lo que ven
nuestros hijos, las futuras generaciones, desde que tienen conciencia de lo que
es la televisión? En muchas ocasiones bastan 30 segundos para darse cuenta de
que estamos criando generaciones inútiles.
Hoy una tal Dora, la exploradora, anima a los más pequeños de los hogares a
cantar y saltar, a mezclar el inglés con el español… “Pero aprenden inglés”, dicen algunas madres, “no están parados embobados mirando la tele, se mueven”, dicen
otras muchas… Pero, ¿puedes dejar al niño sólo explorando la selva con Dora? Yo lo hice, dejé a mi sobrino de
cuatro años sentado en el sofá, sólo mientras iba al servicio, menos de dos
minutos solo bastaron para encontrarme al niño llorando en el suelo a mi
vuelta. ¿Qué había ocurrido? La exploradora había indicado a mi sobrino, y como
a él a todos los niños que estuviesen viéndola, que se levantasen y saltaran
para que no sé qué personaje les viera a lo lejos… Mi sobrino se puso en pie en
el sofá y saltó, con la desdicha de terminar en el suelo. Ahora nunca ve esos
dibujos.
La generación de los noventa se
crió con dibujos como El Laboratorio deDexter, protagonizado por un científico (quizás prepotente y egocéntrico,
hecho por el que se llevaba más de un escarmiento), que experimentaba con
química, tecnología y robots y que aumentaba la curiosidad de los niños hacia
las ciencias. Los niños de los noventa crecieron con la Pajarería de Transilvania, donde una especie de veterinario
enseñaba las criaturas más extrañas y curiosas del mundo fantástico. Jugaron
con las Supernenas, tres niñas (sí,
niñas, en femenino), superheroínas con poderes amorosos y un tanto cursis pero
que todos los días salvaban la ciudad en la que vivían de un malhechor.
Más grande aún es la Compañía Disney, que ha entretenido y
educado a cuatro generaciones ya, y continúa haciéndolo, cada vez más acorde,
actual, revitalizando los valores según la sociedad, pasando de “princesitas en
apuros” como La Bella Durmiente a
grandes heroínas como Mérida (Brave)
o Elsa (Frozen).
Ya no están los pequeños Rugrats haciendo travesuras, crecieron y
dieron paso a animaciones como Bob
Esponja, La Banda del Patio o Sin Chan. ¿Quién quiere que su hijo se cría
viendo unos dibujos sin ningún tipo de sentido? Bob Esponja no es más que una mezcla de realidades mal dibujadas,
el mar, una esponja, y vídeos de personas de carne y hueso. La Banda del Patio ya mostraba los roles
de líder y empollón que hoy día causan tantos casos de bullying. Y, ¿hace falta
que hable de Sin Chan? Un niño de
cuatro años que va enseñando el culo y “la trompa” allá por donde va.
Eso es lo que les estamos
enseñando a nuestros hijos, primos, sobrinos y nietos. Les dejamos frente al
televisor para tenerlos entretenidos pensando que van a ver cosas como las que nosotros
tanto disfrutábamos y con las que tanto aprendíamos, pero no. Ellos se tiran
horas delante de la pantalla viendo robots peleándose, a animales apagando
fuegos, a ninjas batiéndose en duelo… Ven niños maleducados y estéticamente
feos.
Tengo entendido que se ha puesto
de moda La Patrulla Canina, y el otro
día quise ver qué clase de dibujos eran. Una animación en 3D donde hay animales
que hacen como de personas, hasta aquí bien. Entonces empecé a escuchar, y vi
cómo hablaban los personajes entre ellos: no sólo son los valores que infunden,
no sólo es el tipo de dibujo (bonito o feo), es que las conversaciones parece
que son para tontos. Los niños no van a saber expresarse bien nunca si lo que
más ven es “eso”.
Imaginad una familia cuyos padres
trabajan ambos. El niño va por la mañana al colegio, donde ve a sus compañeros,
los únicos (junto al profesor) con los que interactúa. Come en el comedor, y su
madre lo recoge a las 16 horas. Le lleva a casa y le pone la merienda mientras
ve los dibujos animados, ve estos dibujos, lo que más escucha el crío son las
conversaciones de esas animaciones, porque son las mismas que oye en los demás
niños que también la ven. Sólo la madre y la profesora pueden ser referencia a
la hora de hablarle al niño para que aprenda a expresarse correctamente.
Nos olvidamos de que los niños
son niños, pero no son tontos, y los dibujos van encaminados a crear
generaciones de chavales sin “vida”. A los niños no se les debe ocultar el mal
para que no lo hagan, se les debe mostrar y enseñar a diferenciarlo del bien.
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