jueves, 11 de mayo de 2017

Muñecas de plástico

Ha sido un largo camino el que ha recorrido la belleza desde la clásica Grecia. Aquellas esculturas de diosas como Afrodita o Atenea, o de ninfas como Dafne, llevan enamorando cientos de años a hombres y mujeres por su perfección canónica: curvas, mujeres altas y bajas, con “michelines” y arrugas. ¿Dónde quedó esa perfección que tanto buscaban los escultores clásicos en sus obras?

El canon de belleza femenino ha sufrido tales transformaciones que ha llegado a deformarse. A principios del siglo XX las mujeres Gibson, con caderas anchas y buscos generosos al compás de cinturitas estrechas eran las llamadas hermosas. Las sucedieron las flappers en los años 20, mujeres sin complejos que redujeron el largo de sus faldas y cortaron sus largas melenas para beber, fumar, conducir y bailar a ritmo de jazz. Los años 30 llegaron tomando curvas espectaculares, hasta que en los años 50 se estilizaron al más famoso estilo de Marilyn Monroe. A partir de ese momento comenzó la deformación del cuerpo femenino, esquematizándose la belleza en mujeres delgadas y altas, y avanzando hacia los cuerpos atléticos y tonificados culminaron en los 90 con la delgadez –cada vez más extrema– como canon de belleza.

Hoy, las mujeres luchan contra viento y marea para alcanzar un canon de belleza que no es natural. Impulsadas por una sociedad que promueve los cuerpos cada vez más delgados, más finos, y sí, también más huesudos –como se aprecian en las pasarelas de moda– las mujeres se someten a operaciones y diferentes cirugías con el fin de obtener el cuerpo perfecto, un cuerpo de muñeca de plástico, que no envejece, que no cambia.

Obsesiones con el cuerpo

Esto lleva a un gran problema social, y es que cada vez son más los casos de mujeres con falta de autoestima, o problemas psicológicos relacionados con el físico, al ser cada vez más difícil alcanzar el canon de belleza marcado por la sociedad. Al final, la propia mirada personal que se tiene de uno mismo se ve distorsionada, y la obsesión por alcanzar un cuerpo diferente es mayor. Según las declaraciones de Gerardo González, psiquiatra, en un artículo explica que el caso más frecuente es la dismorfofobia, el rechazo a una parte del cuerpo: “el paciente no tiene conciencia de que sufre una enfermedad, vive su defecto como si realmente fuese un problema grave”.

La sociedad está dejando que las mujeres –y aunque en menor medida, cada vez más los hombres– acaben destrozadas mentalmente obsesionándose con conseguir un cuerpo delgado a base de dietas extremas, y aún más peligroso, operaciones. La cirugía estética ha dejado de ser algo propio de celebrities. Ahora mujeres de todo tipo aumentan sus pechos o reducen su grasa corporal pasando por el quirófano sin pensar en las consecuencias que puede tener. Y como llevo reivindicando desde las primeras líneas de este artículo, aún más importantes son las razones que motivan a las mujeres a operarse: a veces tras ellas se esconden trastornos psicológicos.

Amaya Terrón, psicóloga colegiada y fundadora de Psicología Amay Terrón, en un artículo de Salud Facilísimo habla sobre la obsesión personal a un nivel exagerado que se tiene por un defecto del cuerpo, en muchas ocasiones son hasta imperceptibles para los demás: “la imagen corporal está distorsionada y pueden llegar a describirse a sí mismas como deformes o “monstruosas, cuando en realidad su aspecto es normalizado”.
La necesidad de una aceptación social, ligada a una baja autoestima son otros de los problemas que esconden las intervenciones quirúrgicas: mujeres que buscan desesperadamente la aprobación social, que lo necesitan para mantener la autoestima y el control de sí mismas; mujeres cuya autoestima depende de los demás, de su físico.

Adicción a las operaciones

Pero no todo queda en problemas psicológicos y presiones sociales, hay un problema aún más peligroso: la adicción a las operaciones. Ya existen programas televisivos, realities en los que cuentan historias reales sobre mujeres que sufren adicción a operarse: desde jóvenes que han pasado por más de 50 operaciones sin haber cumplido si quiera los 25 años, hasta mujeres con una talla 500 de pecho.

Amaya explica que el ideal de perfección es muy dañino para las personas: “la necesidad de un cambio constante es un pensamiento y conducta que no es aconsejable y que puede llevar a las personas a tomar decisiones erróneas de las que puedan arrepentirse en un futuro y a exponerse a correr riesgos innecesarios”.

La sociedad no tendría que permitir que ningún ser humano llegue a extremos como estos, ni debería permitir que personas sufran este tipo de trastornos, anteponiendo la belleza sobre la salud. No debería ejercer presión en ámbitos como el laboral, donde la estatura, o el tamaño de una falda o de un escote es un factor a tener en cuenta a la hora de la contratación.


El mundo desea mujeres de plástico, muñecas que no envejezcan, que no tengan defectos, mientras, las mujeres se dejan llevar por las masas y se transforman poco a poco en Barbies, todas iguales, vestidas con las mismas marcas, maquilladas con los mismos productos… Mujeres de 60 años sin arrugas y sin la capacidad de sonreír.

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