Ha sido un largo camino el que ha
recorrido la belleza desde la clásica Grecia. Aquellas esculturas de diosas
como Afrodita o Atenea, o de ninfas como Dafne, llevan enamorando cientos de
años a hombres y mujeres por su perfección canónica: curvas, mujeres altas y
bajas, con “michelines” y arrugas. ¿Dónde quedó esa perfección que tanto
buscaban los escultores clásicos en sus obras?
El canon de belleza femenino ha
sufrido tales transformaciones que ha llegado a deformarse. A
principios del siglo XX las mujeres Gibson, con caderas anchas y buscos
generosos al compás de cinturitas estrechas eran las llamadas hermosas. Las
sucedieron las flappers en los años
20, mujeres sin complejos que redujeron el largo de sus faldas y cortaron sus
largas melenas para beber, fumar, conducir y bailar a ritmo de jazz. Los años
30 llegaron tomando curvas espectaculares, hasta que en los años 50 se
estilizaron al más famoso estilo de Marilyn Monroe. A partir de ese momento
comenzó la deformación del cuerpo femenino, esquematizándose la belleza en
mujeres delgadas y altas, y avanzando hacia los cuerpos atléticos y tonificados
culminaron en los 90 con la delgadez –cada vez más extrema– como canon de
belleza.
Hoy, las mujeres luchan contra viento
y marea para alcanzar un canon de belleza que no es natural. Impulsadas por una
sociedad que promueve los cuerpos cada vez más delgados, más finos, y sí,
también más huesudos –como se aprecian en las pasarelas de moda– las mujeres se
someten a operaciones y diferentes cirugías con el fin de obtener el cuerpo
perfecto, un cuerpo de muñeca de plástico, que no envejece, que no cambia.
Obsesiones con el cuerpo
Esto lleva a un gran problema
social, y es que cada vez son más los casos de mujeres con falta de autoestima,
o problemas psicológicos relacionados con el físico, al ser cada vez más difícil
alcanzar el canon de belleza marcado por la sociedad. Al final, la propia
mirada personal que se tiene de uno mismo se ve distorsionada, y la obsesión
por alcanzar un cuerpo diferente es mayor. Según las declaraciones de Gerardo
González, psiquiatra, en
un artículo explica que el caso más frecuente es la dismorfofobia, el
rechazo a una parte del cuerpo: “el
paciente no tiene conciencia de que sufre una enfermedad, vive su defecto como
si realmente fuese un problema grave”.
La sociedad está dejando que las
mujeres –y aunque en menor medida, cada vez más los hombres– acaben destrozadas
mentalmente obsesionándose con conseguir un cuerpo delgado a base de dietas
extremas, y aún más peligroso, operaciones. La cirugía estética ha dejado de
ser algo propio de celebrities. Ahora mujeres de todo tipo aumentan sus pechos
o reducen su grasa corporal pasando por el quirófano sin pensar en las consecuencias
que puede tener. Y como llevo reivindicando desde las primeras líneas de este
artículo, aún más importantes son las razones que motivan a las mujeres a
operarse: a veces tras ellas se esconden trastornos psicológicos.
Amaya Terrón, psicóloga colegiada
y fundadora de Psicología Amay Terrón, en
un artículo de Salud Facilísimo habla sobre la obsesión personal a un nivel
exagerado que se tiene por un defecto del cuerpo, en muchas ocasiones son hasta
imperceptibles para los demás: “la imagen
corporal está distorsionada y pueden llegar a describirse a sí mismas como
deformes o “monstruosas, cuando en realidad su aspecto es normalizado”.
La necesidad de una aceptación
social, ligada a una baja autoestima son otros de los problemas que esconden
las intervenciones quirúrgicas: mujeres que buscan desesperadamente la
aprobación social, que lo necesitan para mantener la autoestima y el control de
sí mismas; mujeres cuya autoestima depende de los demás, de su físico.
Adicción a las operaciones
Pero no todo queda en problemas
psicológicos y presiones sociales, hay un problema aún más peligroso: la
adicción a las operaciones. Ya existen programas televisivos, realities en los
que cuentan historias reales sobre mujeres que sufren adicción a operarse:
desde jóvenes que han pasado por más de 50 operaciones sin haber cumplido si
quiera los 25 años, hasta mujeres con una talla 500 de pecho.
Amaya explica que el ideal de
perfección es muy dañino para las personas: “la necesidad de un cambio constante es un pensamiento y conducta que no
es aconsejable y que puede llevar a las personas a tomar decisiones erróneas de
las que puedan arrepentirse en un futuro y a exponerse a correr riesgos
innecesarios”.
La sociedad no tendría que
permitir que ningún ser humano llegue a extremos como estos, ni debería
permitir que personas sufran este tipo de trastornos, anteponiendo la belleza
sobre la salud. No debería ejercer presión en ámbitos como el laboral, donde la
estatura, o el tamaño de una falda o de un escote es un factor a tener en
cuenta a la hora de la contratación.
El mundo desea mujeres de
plástico, muñecas que no envejezcan, que no tengan defectos, mientras, las
mujeres se dejan llevar por las masas y se transforman poco a poco en Barbies, todas iguales, vestidas con las
mismas marcas, maquilladas con los mismos productos… Mujeres de 60 años sin
arrugas y sin la capacidad de sonreír.
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