jueves, 25 de mayo de 2017

De los Looney Tunes a La Patrulla Canina: cómo los niños se volvieron tontos

¿Dónde han quedado aquellos niños que crecieron a la vez que Bugs Bunny, El Pato Lucas, Silvestre y Piolín, El Coyote y el Correcaminos? ¿Qué ha sido de los pequeños inocentes que se mantenían frente al televisor, expectantes de ver a Heidi o Marco en una época donde la comba y las chapas eran la sensación?

Barrio Sésamo, The Muppets y Mickey Mouse, son sólo algunos de los ejemplos de aquellos dibujos que entonces educaban a los niños de familias de todo el mundo. Eran dibujos que infundían valores, pequeños sketches con una moraleja que en algún momento de la infancia recordarías para saber diferenciar el bien y el mal. Todos sabemos que El Coyote y Silvestre son los malos, porque quieren comerse al Correcaminos y a Piolín, y a la vez todos aprendimos que los coyotes son depredadores, y que los correcaminos están entre los animales más rápidos del mundo; por ejemplo.

Los dibujos animados, las series infantiles, las marionetas eran una forma más de educación, con la televisión aprendías cosas, a la vez que te divertías, éramos niños, los documentales eran demasiado lentos para nuestro ritmo. Hoy el ritmo es aún más rápido, y las animaciones también lo son.

Mientras que en el 87 aprendíamos la anatomía humana con Érase una vez elcuerpo humano, hoy dejamos a nuestros hijos en manos de Peppa Pig o La Patrulla Canina. ¿Qué valores se infunden hoy a través de los dibujos animados? ¿Os habéis detenido sólo un minuto para ver qué es lo que ven nuestros hijos, las futuras generaciones, desde que tienen conciencia de lo que es la televisión? En muchas ocasiones bastan 30 segundos para darse cuenta de que estamos criando generaciones inútiles.

Hoy una tal Dora, la exploradora, anima a los más pequeños de los hogares a cantar y saltar, a mezclar el inglés con el español… “Pero aprenden inglés”, dicen algunas madres, “no están parados embobados mirando la tele, se mueven”, dicen otras muchas… Pero, ¿puedes dejar al niño sólo explorando la selva con Dora? Yo lo hice, dejé a mi sobrino de cuatro años sentado en el sofá, sólo mientras iba al servicio, menos de dos minutos solo bastaron para encontrarme al niño llorando en el suelo a mi vuelta. ¿Qué había ocurrido? La exploradora había indicado a mi sobrino, y como a él a todos los niños que estuviesen viéndola, que se levantasen y saltaran para que no sé qué personaje les viera a lo lejos… Mi sobrino se puso en pie en el sofá y saltó, con la desdicha de terminar en el suelo. Ahora nunca ve esos dibujos.

La generación de los noventa se crió con dibujos como El Laboratorio deDexter, protagonizado por un científico (quizás prepotente y egocéntrico, hecho por el que se llevaba más de un escarmiento), que experimentaba con química, tecnología y robots y que aumentaba la curiosidad de los niños hacia las ciencias. Los niños de los noventa crecieron con la Pajarería de Transilvania, donde una especie de veterinario enseñaba las criaturas más extrañas y curiosas del mundo fantástico. Jugaron con las Supernenas, tres niñas (sí, niñas, en femenino), superheroínas con poderes amorosos y un tanto cursis pero que todos los días salvaban la ciudad en la que vivían de un malhechor.

Más grande aún es la Compañía Disney, que ha entretenido y educado a cuatro generaciones ya, y continúa haciéndolo, cada vez más acorde, actual, revitalizando los valores según la sociedad, pasando de “princesitas en apuros” como La Bella Durmiente a grandes heroínas como Mérida (Brave) o Elsa (Frozen).

Ya no están los pequeños Rugrats haciendo travesuras, crecieron y dieron paso a animaciones como Bob Esponja, La Banda del Patio o Sin Chan. ¿Quién quiere que su hijo se cría viendo unos dibujos sin ningún tipo de sentido? Bob Esponja no es más que una mezcla de realidades mal dibujadas, el mar, una esponja, y vídeos de personas de carne y hueso. La Banda del Patio ya mostraba los roles de líder y empollón que hoy día causan tantos casos de bullying. Y, ¿hace falta que hable de Sin Chan? Un niño de cuatro años que va enseñando el culo y “la trompa” allá por donde va.

Eso es lo que les estamos enseñando a nuestros hijos, primos, sobrinos y nietos. Les dejamos frente al televisor para tenerlos entretenidos pensando que van a ver cosas como las que nosotros tanto disfrutábamos y con las que tanto aprendíamos, pero no. Ellos se tiran horas delante de la pantalla viendo robots peleándose, a animales apagando fuegos, a ninjas batiéndose en duelo… Ven niños maleducados y estéticamente feos.

Tengo entendido que se ha puesto de moda La Patrulla Canina, y el otro día quise ver qué clase de dibujos eran. Una animación en 3D donde hay animales que hacen como de personas, hasta aquí bien. Entonces empecé a escuchar, y vi cómo hablaban los personajes entre ellos: no sólo son los valores que infunden, no sólo es el tipo de dibujo (bonito o feo), es que las conversaciones parece que son para tontos. Los niños no van a saber expresarse bien nunca si lo que más ven es “eso”.

Imaginad una familia cuyos padres trabajan ambos. El niño va por la mañana al colegio, donde ve a sus compañeros, los únicos (junto al profesor) con los que interactúa. Come en el comedor, y su madre lo recoge a las 16 horas. Le lleva a casa y le pone la merienda mientras ve los dibujos animados, ve estos dibujos, lo que más escucha el crío son las conversaciones de esas animaciones, porque son las mismas que oye en los demás niños que también la ven. Sólo la madre y la profesora pueden ser referencia a la hora de hablarle al niño para que aprenda a expresarse correctamente.


Nos olvidamos de que los niños son niños, pero no son tontos, y los dibujos van encaminados a crear generaciones de chavales sin “vida”. A los niños no se les debe ocultar el mal para que no lo hagan, se les debe mostrar y enseñar a diferenciarlo del bien.

jueves, 11 de mayo de 2017

Muñecas de plástico

Ha sido un largo camino el que ha recorrido la belleza desde la clásica Grecia. Aquellas esculturas de diosas como Afrodita o Atenea, o de ninfas como Dafne, llevan enamorando cientos de años a hombres y mujeres por su perfección canónica: curvas, mujeres altas y bajas, con “michelines” y arrugas. ¿Dónde quedó esa perfección que tanto buscaban los escultores clásicos en sus obras?

El canon de belleza femenino ha sufrido tales transformaciones que ha llegado a deformarse. A principios del siglo XX las mujeres Gibson, con caderas anchas y buscos generosos al compás de cinturitas estrechas eran las llamadas hermosas. Las sucedieron las flappers en los años 20, mujeres sin complejos que redujeron el largo de sus faldas y cortaron sus largas melenas para beber, fumar, conducir y bailar a ritmo de jazz. Los años 30 llegaron tomando curvas espectaculares, hasta que en los años 50 se estilizaron al más famoso estilo de Marilyn Monroe. A partir de ese momento comenzó la deformación del cuerpo femenino, esquematizándose la belleza en mujeres delgadas y altas, y avanzando hacia los cuerpos atléticos y tonificados culminaron en los 90 con la delgadez –cada vez más extrema– como canon de belleza.

Hoy, las mujeres luchan contra viento y marea para alcanzar un canon de belleza que no es natural. Impulsadas por una sociedad que promueve los cuerpos cada vez más delgados, más finos, y sí, también más huesudos –como se aprecian en las pasarelas de moda– las mujeres se someten a operaciones y diferentes cirugías con el fin de obtener el cuerpo perfecto, un cuerpo de muñeca de plástico, que no envejece, que no cambia.

Obsesiones con el cuerpo

Esto lleva a un gran problema social, y es que cada vez son más los casos de mujeres con falta de autoestima, o problemas psicológicos relacionados con el físico, al ser cada vez más difícil alcanzar el canon de belleza marcado por la sociedad. Al final, la propia mirada personal que se tiene de uno mismo se ve distorsionada, y la obsesión por alcanzar un cuerpo diferente es mayor. Según las declaraciones de Gerardo González, psiquiatra, en un artículo explica que el caso más frecuente es la dismorfofobia, el rechazo a una parte del cuerpo: “el paciente no tiene conciencia de que sufre una enfermedad, vive su defecto como si realmente fuese un problema grave”.

La sociedad está dejando que las mujeres –y aunque en menor medida, cada vez más los hombres– acaben destrozadas mentalmente obsesionándose con conseguir un cuerpo delgado a base de dietas extremas, y aún más peligroso, operaciones. La cirugía estética ha dejado de ser algo propio de celebrities. Ahora mujeres de todo tipo aumentan sus pechos o reducen su grasa corporal pasando por el quirófano sin pensar en las consecuencias que puede tener. Y como llevo reivindicando desde las primeras líneas de este artículo, aún más importantes son las razones que motivan a las mujeres a operarse: a veces tras ellas se esconden trastornos psicológicos.

Amaya Terrón, psicóloga colegiada y fundadora de Psicología Amay Terrón, en un artículo de Salud Facilísimo habla sobre la obsesión personal a un nivel exagerado que se tiene por un defecto del cuerpo, en muchas ocasiones son hasta imperceptibles para los demás: “la imagen corporal está distorsionada y pueden llegar a describirse a sí mismas como deformes o “monstruosas, cuando en realidad su aspecto es normalizado”.
La necesidad de una aceptación social, ligada a una baja autoestima son otros de los problemas que esconden las intervenciones quirúrgicas: mujeres que buscan desesperadamente la aprobación social, que lo necesitan para mantener la autoestima y el control de sí mismas; mujeres cuya autoestima depende de los demás, de su físico.

Adicción a las operaciones

Pero no todo queda en problemas psicológicos y presiones sociales, hay un problema aún más peligroso: la adicción a las operaciones. Ya existen programas televisivos, realities en los que cuentan historias reales sobre mujeres que sufren adicción a operarse: desde jóvenes que han pasado por más de 50 operaciones sin haber cumplido si quiera los 25 años, hasta mujeres con una talla 500 de pecho.

Amaya explica que el ideal de perfección es muy dañino para las personas: “la necesidad de un cambio constante es un pensamiento y conducta que no es aconsejable y que puede llevar a las personas a tomar decisiones erróneas de las que puedan arrepentirse en un futuro y a exponerse a correr riesgos innecesarios”.

La sociedad no tendría que permitir que ningún ser humano llegue a extremos como estos, ni debería permitir que personas sufran este tipo de trastornos, anteponiendo la belleza sobre la salud. No debería ejercer presión en ámbitos como el laboral, donde la estatura, o el tamaño de una falda o de un escote es un factor a tener en cuenta a la hora de la contratación.


El mundo desea mujeres de plástico, muñecas que no envejezcan, que no tengan defectos, mientras, las mujeres se dejan llevar por las masas y se transforman poco a poco en Barbies, todas iguales, vestidas con las mismas marcas, maquilladas con los mismos productos… Mujeres de 60 años sin arrugas y sin la capacidad de sonreír.

lunes, 17 de abril de 2017

Resident Evil ha regresado

Parece eterno el debate que rodea al nuevo capítulo de la clásica saga de videojuegos de survival horror, Resident Evil. Algunos hasta dejan de categorizar a este nuevo juego como propio del género y lo tachan de: corto y demasiado sencillo para los fans de una saga que ha sobrevivido durante 20 años.

Era a mediados de los años noventa cuando Resident Evil comenzaba su aventura en la Mansión Spencer de la mano de Chris Redfield y Jill Valentine, dos de sus protagonistas más famosos y queridos por el público. La saga se transformó en el más preciado tesoro de la compañía Capcom –creadora también de sagas como Devil May Cry o Street Fighter–, ascendiéndola al olimpo del desarrollo de videojuegos.

Para los pocos que no conozcan o hayan oído aun hablar sobre esta saga, se trata de los videojuegos más famosos sobre apocalipsis zombie, a nivel internacional. Un virus –el Virus T– que contagia a toda la humanidad, y una organización –la Corporación Umbrella– que está detrás de él.

Y tras perder el miedo, resurgió de entre sus cenizas

Resident Evil 2, triunfó igual o incluso más que la primera entrega, y fue seguida de quizás el capítulo más famoso de la saga, gracias a Némesis, el enemigo de enemigos, la pesadilla que todos queríamos esquivar durante las horas de juego.

Una trilogía no era suficiente para Capcom, por ello se estrenaron dos títulos más: Code Veronica y Zero, lo último en survival horror para muchos de los fans, ya que con Residen Evil 4 pasábamos de un juego de supervivencia a uno de acción. Muchas armas, mucha munición, gran número de enemigos… Un giro de 180 grados que continuó con Resident Evil 5 y Resident Evil 6, donde, finalmente, la saga cayó desde el olimpo hasta estrellarse contra el piso más bajo del infierno.

Y una vez desaparecido el miedo, la tensión, los saltos, los gritos, y sobre todo, una vez desvanecida la idea de que Resident Evil no iba a volver nunca a ser lo mismo, llegó el séptimo capítulo. Una entrega muy especial que aúna todos aquellos “detalles” del pasado de la saga con las nuevas tecnologías: regresaban los escenarios oscuros, las sombras en las paredes, los ruidos a tu espalda. De repente, como salido de la nada, la saga recuperaba su esencia. Renovada, con gráficos mejores, con la “vista en primera persona” –que muchos también han criticado– con una banda sonora que pone los pelos de punta, y con una trama que no deja a nadie indiferente.

El gran debate

A pesar de que, aparentemente, la saga ha resurgido de entre sus cenizas, los fans más acérrimos siguen sacándole algunas objeciones: el juego es demasiado corto, hecho que no es discutible puesto que los hay que han completado la historia en menos de nueve horas –aunque todo depende de lo bueno que seas–; los puzles son muy sencillos, algo relativo, quizás no tengas que comerte durante horas la cabeza, ni darte tanta vueltas por los escenarios, como lo hacíamos en las primeras entregas, pero sí que nos entorpecerán mucho los enemigos la resolución de puzles, en especial la familia Baker, los “némesis” en esta entrega de los que tendremos que huir –como en Resident Evil 3–, pues no hay armas que los detengan.

La cámara en primera persona es la mayor novedad en cuanto a la jugabilidad, muchos afirman que “te sumerge aún más en los tétricos escenarios”, mientras que otros defienden que “así no estaban hechos los primeros y nos hacían pasar miedo”. Para gustos los colores, pero me veo en la obligación de defender que la nueva forma de “ver” no sólo hace que te sientas el verdadero protagonista de la pesadilla que Ethan –personaje que manejamos durante el juego– sino que te bloquea a la hora de escuchar un ruido a tus espaldas y no querer girar la cámara para ver de qué se trata.

Creo que no se trata de si es “igual” o no a los primeros, sino de si ha recuperado su carácter y su categoría de survival horror. La respuesta es un sí gigante. Una afirmativa muy clara cuando vemos gameplays en internet de jugadores que no se atreven a abrir puertas, o a girar la esquina de un pasillo.

Unos gráficos y una historia “de lujo”

Sin duda alguna, Resident Evil VII ha cumplido, en su mayoría, las expectativas, entrelazando una banda sonora inquietante y unos gráficos muy realistas con los que personajes y escenarios cobran vida y dan lugar a una historia de lo más escalofriante, al puro estilo de los comienzos de la saga.

Tu mujer te manda un video tres años después de desaparecer, acudes a su llamada a una vieja mansión de Lousiana donde más de una docena de personas se ha desvanecido en circunstancias extrañas, de repente formas parte de la familia Baker, los extraños y resistentes ¿humanos? que residen allí. ¿Estarías dispuesto a desentrañar los misterios que esas paredes encierran y salvar a tu mujer?

martes, 11 de abril de 2017

Enfermos de redes sociales

Ayer al salir de trabajar decidí caminar hasta Plaza de España por Gran Vía. El sol brillaba el sol y el ambiente era cálido. A mí alrededor, cientos de transeúntes charlaban y cruzaban de un lado a otro de la carretera y me percaté de algo: más de la mitad iban mirando el teléfono móvil. Cruzaban la carretera casi de forma instintiva sin despegar la vista de las pantallas de sus Smartphones. No se chocaban los unos con otros, me resultó extraordinario. Sin embargo, algo tenía que fallar. Al llegar a la boca del Metro observé a una mujer que, al igual que yo, bajaba las escaleras. Al principio me pareció que iba sola, absorbida totalmente por lo que fuese leyendo en su teléfono, unos pasos más adelante vi que le acompañaba un niño, de unos seis o siete años. El crío iba reclamando la atención de su madre, pasaron los tornos del Metro y se pusieron a bajar las escaleras mecánicas. Desde el comienzo de éstas pude observar cómo el niño empezó a saltar de un escalón a otro, uno arriba, uno abajo hasta caer rodando a pocos metros del final. La reacción de la madre fue increíble: “¿¡Qué haces!? Si es que no se te puede dejar solo ni un segundo, ¡Ya te has hecho daño! Si fueras con cuidado no te habrías caído”. Entonces, me di cuenta de que el mundo sufría una enfermedad: las redes sociales.

Actualmente todos tenemos un Smartphone, un teléfono capaz de llamar, mandar SMS (aunque ya nadie lo haga), con conexión a Internet, que saca fotografías y que te mantiene conectado con el resto del mundo. Da igual el lugar o el momento, hoy todo el mundo está más pendiente de las redes sociales que de la vida en sí. Existe una dependencia real por la tecnología, y aumentan las personas que viven de ella. Los llamados youtubers, los influencers son algunos ejemplos de personas cuyas vidas, sin las redes sociales, no serían nada.

Claro está que la sociedad ha evolucionado entorno a las redes sociales y lo que éstas nos aportan, pero, pocos se dan cuenta de los peligros a los que nos exponemos cuando utilizamos las redes a diario. Hay diferentes usos que hacemos de las redes sociales: consultar la actualidad, contactar con personas a las que tenemos pocas oportunidades de ver en el día a día… Digamos que este es el uso positivo que se les da a las redes sociales, sin embargo, hay un lado oscuro: personas que lo comparten todo (qué desayunan, dónde han estado, con quién han estado, qué planes han hecho, etc.), personas que utilizan las redes sociales como si fuese un diario.  Este tipo de uso crea adicción, existiendo ya personas, sobre todo jóvenes, que no saben pasar un día sin consultar Facebook, Twitter o Instagram.

Buscando lo positivo, consiguiendo lo negativo

El experto en la materia, Gustavo Entrala, cofundador y CEO de la Agencia 101 (especializada en tecnologías) en un artículo del ABC enumeraba las principales razones por las que las redes sociales enganchan tanto: la facilidad de entrar en contacto con otras personas, que va ligado a la satisfacción de que te siga mucha gente; la proyección positiva en lo que se publica, ya que en Facebook por ejemplo, las personas cuelgan sus momentos felices (una cena en un restaurante de moda, de fiesta con los amigos, celebrando un cumpleaños en familia…), por lo general, una realidad sesgada de nuestra propia vida; como ya he dicho, la gratificación casi inmediata de recibir una respuesta a lo que se escribe que implica estímulos positivos y que va ligado al reconocimiento personal, ya que el ser humano, por naturaleza, anhela sentirse querido.

Estos motivos tienen gran peso en las personas y vuelven a las redes sociales un elemento imprescindible en la vida diaria. Sin embargo, un mal uso de las redes sociales y una dependencia de estos “estímulos positivos” pueden convertirse en algo en nuestra contra. Tal y como se explica en un artículo en Quéabusar de estar herramientas o hacer un mal uso de ellas puede generarnos innumerables problemas. Por ejemplo, pueden hacernos perder la atención y descuidar otras tareas más importantes”.  

En el mismo artículo, la psicóloga Begoña Carbelo explica cómo estar conectados todo el tiempo “provoca inquietud, falta de concentración y alteraciones del ánimo”. Es decir, perdemos nuestra capacidad de sociabilizar con otras personas cara a cara, perdemos la capacidad de relacionarnos. Además, la Carbelo también explica que se puede terminar sufriendo estados de ansiedad y estrés.
                                                   
¿Hasta dónde vamos a llegar?

Ya hay mucha gente que piensa que acabaremos en nuestras habitaciones pegados a la pantalla del ordenador, el móvil o la Tablet y que sólo nos relacionaremos así. Películas y series que predicen finales trágicos: como en los que acabamos utilizando avatares robóticos en vez de nuestros cuerpos viejos y arrugados, o peor aún, que acabemos en un apocalipsis asesinados por las máquinas que nosotros mismos hemos creado.

Sin embargo, sobre redes sociales no se ha hablado tanto. En la tercera temporada de la serie Black Mirror (el algunos capítulos, pero especialmente en el primero), las redes sociales toman una importancia fundamental en la vida de las personas. El estatus social se basa en likes que recibes de las personas que conoces y con las que te cruzas por la calle. En una sociedad futurista, el episodio es capaz de reflejar cómo la gente vive para mostrar en redes sociales lo mejor de sí mismo (aunque sea falso) para llegar más alto. Una sociedad donde si tienes más de un millón de “Me gusta” optas a tener una casa mejor, o a un crédito, o a asistir a ciertos eventos.

Para mí, es el capítulo que más se acerca a mi lúgubre visión de futuro, y siempre que lo recuerdo me pregunto ¿de verdad podríamos terminar así?

lunes, 27 de marzo de 2017

¿Estudias o trabajas?

Texto basado en:

¿Existe el intrusismo laboral en el periodismo? Según Elsa González, presidenta de la Federación de Asociaciones de la Prensa en España (FAPE), “la profesión periodística debería estar situada en el mismo nivel que la sanidad o la educación, ya que son imprescindibles en una democracia. Es la base de las libertades”.

Existe un debate entre la existencia de intrusismo laboral en el periodismo. Muchos citan a “periodistas” de programas televisivos del corazón, o presentadores de reality shows. Pero, ¿hacer periodismo es eso? La Real Academia Española (RAE) recoge la siguiente definición: “captación y tratamiento, escrito, oral, visual o gráfico, de la información en cualquiera de sus formas y variedad”. Según esta definición, –permitidme ir al tópico– podríamos decir que Belén Esteban realiza labores de periodista en sus tertulias en Sálvame, y como ella, todos los colaboradores. Pero, ¿es necesaria entonces un estudio superior para convertirse en periodista?

Igual que la señora Esteban, hay cientos de periodistas que ejercen la profesión sin un título bajo el brazo, sin cuatro o cinco años de licenciatura o grado, sin embargo, no se puede confundir al periodista con el comentarista de un programa de cotilleo.

Es por esto totalmente necesaria la titulación en periodismo. Esta profesión está contaminada de “falsos periodistas” que confunden a la sociedad. Hoy día se valora más a tertulianos que atraen las audiencias que a reporteros que se juegan la vida cubriendo una guerra. ¿Verdad que sería surrealista que una persona cualquiera fuera a entrevistar al presidente de EEUU? Hay que curtirse y tener unas nociones básicas de cómo tratar a un entrevistado, de cómo realizar las preguntas, cómo saber insistir, cómo saber luego transcribir las respuestas sin tergiversar las palabras del entrevistado. Cierto es que quizás no sea necesaria una carrera de cuatro años, pero sí hay unas nociones básicas que todo periodistas debería saber –a pesar que en cuarto de carrera aún quedan estudiantes que confunden un “a ver” de un “haber” –.

Las excepciones

Sin embargo, tampoco veo de agrado considerar, hallándonos en la situación en la que estamos, una exclusión a jóvenes prometedores a falta de un título universitario. En pleno siglo XXI se da el caso de que muchos veinteañeros, debido a su situación económica, no pueden realizar sus estudios universitarios –que a nadie se le ocurre replicar con la excusa de “pero hay becas” – grandes promesas que podrían ser excelentes médicos, perfectos arquitectos, y por supuesto, grandes periodistas.

¿Debemos decir un “no” rotundo a estos genios, que viven entre nosotros por no tener un título, que al fin y al cabo no deja de ser un simple papel firmado? Hablo de personas con un don, hay personas que redactan bien, que saben transmitir, que conocen los códigos informativos. Esos también pueden ser periodistas, quizás hayan nacido para ello.

Es cierto que, tal y como se cita en el texto de miciudadreal.es “puedo entender la ojeriza y malestar que ocasiona a un titulado en Periodismo que alguien sin esos estudios esté viviendo del oficio”, pero creo que también es importante valorar las cualidades que tenemos cada uno de los que nos dedicamos o queremos dedicarnos al periodismo, y, por el bien de la profesión, darle también oportunidad a aquellos que saben hacer bien este trabajo, con o sin estudios.


Es cada vez más fácil encontrar en los medios de comunicación a ex becarios trabajando con contratos a jornada parcial, y quizás así empiecen los grandes periodistas: entrando en un medio de prácticas, terminando la carrera en diez años en vez de en cuatro, y ejerciendo hasta su graduación como “intruso laboral”, sin embargo, repito: esta también imprescindible valorar al buen periodista, al informador veraz y contrastador de fuentes, antes que contratar a un graduado que no sabe diferenciar “a ver” de “haber”.

lunes, 20 de marzo de 2017

El cuarto poder

Basado en:

Es cierto que a los periodistas nos gusta hablar de la profesión como ‘El Cuarto Poder’. Nos hace sentir importantes -o al menos a mí-, estudiar una profesión como esta, con la que podemos investigar casos, descubrir estafas, destapar escándalos… Somos algo así como ‘los superhéroes de la verdad’. Pero, ya desde la carrera nos desencantan de esa ‘no realidad’. No vas a ser libre de publicar los que quieras…

A raíz de un debate académico sobre la película Spotlight he indagado sobre el control de los medios de comunicación, ¿quién está detrás de todo? ¿Quién controla la verdad? Deberían ser los periodistas, autónomos totalmente y a merced de los hechos quienes controlasen esas informaciones, pero no es así. Empresas y bancos son los gobernantes de lo que nosotros llamamos “libertad de información”.

Esta entrada tiene también relación con mi anterior escrito sobre la veracidad de los medios de comunicación, pero esta vez quiero ir más allá. Los periódicos, las cadenas de radio y de televisión, se financian a base de publicidad. ¿Qué ocurre cuando chocan los intereses económicos con la verdad? Pondré un ejemplo –totalmente imaginativo-: si yo soy dueña de un periódico, y pongo en él publicidad de la crema Nivea, y se descubre que esta crema provoca quemaduras en la piel, ¿puede mi medio publicar semejante noticia? La respuesta es no.

Otro ejemplo, si la mayor parte de los lectores de mi periódico fuesen católicos, y se destapase un escándalo –como ocurre en Spotligh- sobre pederastia dentro de la Iglesia Católica, ¿mi medio podría publicarlo? Probablemente, siendo la dueña, yo decidiría si perder a todos mis lectores o no, y lo más seguro es que decidiera no publicarlo.

Empresas, bancos y otros poderes (ideológicos o religiosos) tienen verdaderamente el control de la “libertad de información”. No existe ese término como tal en los grandes medios de comunicación. La televisión, la radio, los periódicos dependen económicamente de las audiencias, los lectores y los oyentes, dependen de las grandes empresas que los patrocinen cuando son pequeños para que se hagan grandes…


Se trata de una batalla entre medios y medios económicos que lleva años perdiendo el periodismo. ¿Hasta qué punto existen noticias veraces al 100%? ¿Cómo sabemos si nos están contando la verdad, o la versión de una empresa a la que no le interesa que se saquen sus trapos sucios? El cuarto poder hoy ha dejado de ser el periodismo para ser el interés económico, político y religioso.

martes, 7 de marzo de 2017

Las informaciones al servicio de los intereses

Ha saltado la liebre. La Asociación de la Prensa de Madrid (APM) ha denunciado este lunes un acoso por parte del grupo político Podemos a diferentes profesionales de los medios de comunicación.

En el comunicado la APM considera “incompatible con el sistema democrático que un partido, sea el que sea, trate de orientar y controlar el trabajo de los periodistas y limitar su independencia”. En el mismo texto, se hace referencia a un grupo de informadores que son quienes han denunciado esta situación, aportado unas pruebas documentales de las cuales no se da ningún tipo de dato más, pero que sí se pone en duda la imagen del partido morado.

Llegados a este punto, a mí me surge una pregunta. En un marco donde el periodismo de verdad, el sincero, el veraz, tiene la obligación de aportar datos, de ofrecer un contexto a cada noticia o suceso, tal y como Lafuente expone en su texto, ¿dónde está todo eso en el comunicado de la APM? ¿Por qué debería de creer a esos “informadores” -que cita el texto- y suponer que realmente hay “pruebas documentales” que demuestran el supuesto acoso del grupo liderado por Pablo Iglesias hacia diferentes periodistas?

El propio comunicado de la asociación intenta velar por la veracidad de las informaciones, es contrario a esa actividad que le atribuyen a varios dirigentes del partido morado, lucha por que las fuerzas políticas y económicas no influyan en las informaciones y en los medios, sin embargo, ¿no podría ser esto lo contrario? ¿Podríamos estar ante un caso de influencia de opiniones sobre un partido por parte de una institución?

En los cuatro años que llevo de carrera me han demostrado cómo la misma noticia en portada, en diferentes medios de comunicación, cuenta hechos contrarios. Los diferentes puntos de vistas creados por los poderes políticos y económicos –que controlan cada medio informativo de gran dimensión- lo único que hacen es mostrar el lado de los hechos que más les favorece, y eso es una realidad.

Por otra parte, se trata una realidad que ha mermado la veracidad de los medios, y esto que supuestamente la APM debería regular, ahora ella misma lo está haciendo y se ve afectada. Ahora soy yo quién no me creo que parlamentarios de Podemos “acosen” a la prensa y que las obliguen a los periodistas a decir lo que ellos quieren. Soy yo quién pongo en duda la existencia de esas “pruebas documentales”. ¿Dónde está el contexto? ¿Los antecedentes? ¿Dónde está la dignidad de esta profesión?
Desapareció.


Reflexión basada en el texto de Gumersindo Lafuente (eldiario.es): http://www.eldiario.es/zonacritica/acosa-periodismo_6_619498087.html

miércoles, 11 de enero de 2017

Guía Oficial del Periodismo Especializado en Videojuegos: Cómo convertirse en Daniel Acal, Redactor Jefe de PlayManía


Primeros Pasos

Daniel Acal Martín de Loeches es un hombre con suerte. Nació en Madrid y desde bien joven ya supo que quería dedicarse al periodismo. Sus dos grandes aficiones: la escritura y los videojuegos.

Estando en cuarto de carrera y trabajando en una cadena de comida rápida a domicilio, su vida cambió cuando, su por entonces pareja, le llamó para decirle que tenía el contacto de una persona que buscaba redactores para la revista sobre videojuegos Playtop. “Tuve la oportunidad de trabajar en algo que me gustaba mientras me sacaba la carrera en la Complutense”.

Y es que, ese no fue el gran golpe de suerte, vino poco después, cuando cerró la revista, uno de los compañeros con el que había estado trabajando (y que se había incorporado a la plantilla Axel Springer, editorial de las revistas Hobby Consolas, PlayManía y Revista Oficial Nintendo) le ofreció un puesto como redactor en PlayManía. “Fue estar en el lugar adecuado y en el momento justo”.

Entró en el año 2000 y en 2001 uno ya le hicieron un contrato, ha sido redactor junior, jefe de sección y desde hace tres años es el redactor jefe de PlayManía.

Capítulo 1: 
Todo lo que debes saber sobre el Periodismo Especializado en Videojuegos antes de empezar

“El periodismo especializado en videojuegos surge por necesidad. Aunque los medios generalizados cada vez tienen más hueco para los videojuegos, normalmente sólo publican noticias al respecto cuando hay una feria, una convención, cuando hay un estreno de un videojuego promocionado económicamente, etc. Por eso, si un aficionado quiere informarse, tiene que recurrir  a un medio especializado”.

Y es que, pocas veces se ven noticias sobre estos temas en televisión, o en periódicos como El País, 20 Minutos o El Mundo. Este tipo de periodismo especializado cubre la necesidad de todos aquellos aficionados a las consolas y a los videojuegos que quieren informarse sobre lanzamientos, próximos eventos, leer análisis sobre videojuegos…

“Los periodistas especializados en este tema, y en concreto en PlayManía, damos un enfoque global de los diferentes temas, con una pasión y una profundidad que no le dan los medios de actualidad”.

Capítulo 2: 
Paisajes, PlayManía desde dentro

PlayManía es una revista no oficial dedicada a la actualidad de las consolas de Sony en España. Se fundó en 1999 y actualmente ofrece información mensual con todas las novedades, análisis, críticas y reportajes de los videojuegos de PlayStation.

El formato de una revista especializada en videojuegos no es como el formato de un periódico. La revista ofrece más posibilidades de libertad, tanto para el redactor como para el diseñador.

PlayManía es una revista vistosa, llena de imágenes y colores, cada sección diferente a la anterior, aunque con excepciones.

“Se procura que las imágenes y el texto se complementen de forma que amabas queden visualmente bien y se comprenda todo. Es trabajo en equipo entre el redactor jefe (que traslada las necesidades gráficas de los redactores para sus textos) y el responsable de diseño, que se encarga de las tipografías, de la composición, de los tamaños, etc.” explica el redactor jefe, “los estilos se rigen por secciones, hay secciones en las que se utilizan plantillas, que son en cada número iguales, sólo variando el contenido; y otras son mucho más libres, como por ejemplo, los reportajes, que son mucho más locos”.


Trucos y Secretos: 
Cómo Convertirse en Periodista Especializado en Videojuegos

Probablemente, el paso más difícil para llegar a convertirse en un buen periodista especializado en videojuegos es cumplir los requisitos fundamentales y saber manejarlos a tu favor. Daniel Acal lo supo hacer y lo narra así:

“Para ser periodista en un medio de videojuegos es importantísimo tener los videojuegos por afición, haber jugado a muchos y seguir haciéndolo, además de tener cierto interés por la industria. Pero también es importante tener otras aficiones: leer libros, cómics, ver películas y series, escuchar música… Al final, un videojuego es, de alguna forma, un compendio de todas estas aficiones, cuando tu analizas un juego, lo haces al completo”.

Por supuesto, una industria como la de los videojuegos, requiere de idiomas: “el inglés es fundamental, es el idioma del sector. Siendo periodista de videojuegos hay que hacer muchos viajes y muchas entrevistas, y todo va a ser en inglés”.

Y aunque todo suena como un camino de rosas donde tu trabajo es jugar horas y horas a videojuegos y luego hacer un relato sobre éstos, es un trabajo más duro de lo que parece, no siempre se juega y se escribe sobre lo que gusta. “Hay que estar dispuesto a trabajar mucho, ya que los horarios a veces son complicados. A veces te encuentras en situaciones en las que tienes poco tiempo para jugar lo suficiente un juego para luego escribir sobre él, y uno, como redactor, y al igual que en cualquier otro medio, tiene que entregar el trabajo a tiempo, dentro de un plazo, aunque lo ideal es acabarte el juego”.